21/01/2017, 12.16
LIBANO - UE
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La misión cultural y política del Libano y de Europa

El País de los Cedros podría despertar al continente europeo para que redescubra la dimensión religiosa olvidada. Sin el recuerdo de sus raíces cristianas, sin una visión y una voluntad de paz, nada grade podrá suceder en Europa, ni entre ella y el mundo. La dimensión religiosa es importante para el diálogo político y cultural con el Sur del mundo. La intervención del card. Parolin en Davos. 

Beirut (AsiaNews) – Ya no hay más tiempo de jugar, sino que debemos cumplir nuestro deber de nación. El jefe de Estado Michel Aoun afirmó esto con claridad en su discurso ante el cuerpo diplomático el 17 de enero pasado: ahora debemos esforzarnos para transmitir las lecciones aprendidas en la guerra de 1975-1990 a todos los Estados árabes que se ven sacudidos por la violencia. Y la primera lección es que “toda guerra debe tener un fin”. Porque no se ha entendido nada de la guerra hasta que no se aprende a odiar la guerra y a preferir una solución negociada en lugar de ésta.

Providencialmente a salvo de la violencia en los tiempos que corren, el Líbano no debiera contentarse con complacerse, y haría bien en recordar que esto no ha sido siempre así. Si bien  defendiendo sus fronteras, el Líbano, o mejor aún, la diplomacia libanesa hoy debería ingeniárselas para ser un infatigable abogado que luche por detener la violencia. Haciendo así, el régimen debiera despegarse de Hezbollah, que presenta una resistencia al régimen sirio y de esta manera perpetúa el ciclo de violencia y el proyecto de una solución violenta de la crisis siria. La dinámica de la moderación, de la cual el Líbano es testigo en este momento y que en el plano interno le ha permitido al país volver a hallar su espíritu y sus instituciones, podría inspirar a otros a extinguir los conflictos en lugar de atizarlos.  

La misión diplomática del Líbano en el mundo árabe también podría redoblarse en una misión cultural, histórica, espiritual e ir más allá del mundo árabe, para alcanzar a una Europa golpeada. En efecto, en el mundo árabe, allanar los conflictos políticos podría resultar insuficiente, si esta pacificación no se vuelve doble con la instauración de un diálogo profundo entre las dos grandes familias del islam, de modo de superar las cuestiones que han dado origen a ellas.  ¿Y qué mejor que una élite intelectual para hacerlo? Entre nosotros viven hombres excepcionales, que podrían dar lo mejor de sí.

La misión del Líbano podría incluso superar las fronteras del Máshrek y del mundo árabe, para tocar la cuenca del Mediterráneo, el Mare Nostrum.

Al hablar en el Fórum económico de Davos (Suiza), el card. Pietro Parolin, secretario de Estado Vaticano, el jueves 19 de enero imploró por una mayor justicia en el mundo, e invitó a la Unión Europea a retornar al espíritu de los padres fundadores, tal como reporta Antoine d’Abbundo, corresponsal de Le Figaro en Davos.

 

“Al margen de las grandes sesiones del fórum, el secretario de Estado de la Santa Sede hizo recordar a los 3.000 dirigentes políticos y económicos reunidos en la localidad suiza, los valores que trajo la Iglesia Católica y el rol vital que éstos pueden jugar cuando se trata de construir un mundo más humano”.  

“El brazo derecho del Papa Francisco enseguida puso de relieve los grandes objetivos que la diplomacia vaticana persigue: la lucha contra la pobreza, la construcción de puentes para favorecer el diálogo, realizar la paz. ‘Pero la Iglesia no se contenta con enunciar grandes principios… En el terreno, en cualquier parte del mundo que sea, la principal preocupación de la Iglesia es defender la libertad religiosa que, tal como dijo con fuerza San Juan Pablo II, es el primero de los derechos humanos. Pero nosotros no trabajamos solamente para defender la libertad de los católicos. Defender y promover el derecho de los creyentes es también defender a la persona humana, que ha de ser respetada en todas sus dimensiones, incluyendo la dimensión espiritual. Si se reduce al hombre a la materia, si no se tiene en cuenta su trascendencia, si no está claro que somos hermanos, entonces, el futuro de la humanidad queda comprometido’”.

“Al ser interrogado acerca de la crisis que atraviesa la Unión Europea y acerca de las amenazas que pesan sobre su unidad, el representante de la Santa Sede invitó a reconocer los beneficios aportados por la construcción europea: ante todo, la paz, pero también la libre circulación de los hombres y de las ideas. Y exhortó a regresar al espíritu de los padres fundadores, ‘que querían una Europa de los pueblos, y no solamente del comercio y de la economía’… ‘Se necesita dar un alma a Europa’, dijo el cardenal Parolin, retomando la fórmula utilizada por el presidente de la comisión, Jacques Delors, en 1992”.

A pesar de todas las reservas que puedan tenerse en lo que concierne a este alma, que debe reencontrar en lugar de intentar crearla de la nada, el Líbano no puede suscribir semejante llamamiento, siendo que de momento la Unión Europea y la comunidad internacional no cesan de regañarlo en lo referente a la cuestión de los refugiados, invocando los derechos humanos sólo para detener el flujo migratorio y alejarlo de sus costas a cualquier precio.

Es más, la “amenaza islamista”, en la medida en que ésta se radicaliza y se diversifica, tornándose incluso cultural, política y militar, está en camino de provocar un despertar de la Europa cristiana. Pero de hecho hay dos tipos de despertares. Uno es espiritual, y es un re-apropiarse de la fe y de la apertura al otro; el otro, se centra en la identidad misma, y conlleva una radicalización del propio credo y una cerrazón en relación al otro.

Ahora bien, en el Líbano hemos tenido y seguimos teniendo experiencias de estos dos tipos de despertar, y es custodiando la memoria y nuestras afinidades con Europa –y en particular con Francia- que es posible decir algo sobre este tema.

“Hemos olvidado cómo hemos vencido”: fue lo que dijo una vez Lech Walesa, el hombre que logró sacudir el yugo del comunismo de Polonia. Europa debe acordarse de que, cualquiera sean sus programas, sin el recuerdo de sus raíces cristianas, sin una visión y una voluntad de paz, nada que sea grande irá a ocurrirle, ni a ella, ni entre ella y el mundo.  Polonia se sacudió el yugo soviético con la fe. El carbón y el acero de Ruhr se unieron a la fe. Europa nació del crisol del sufrimiento, y sólo los hombres de fe saben cuál es el precio de la guerra y de sus indecibles padecimientos.

Ahora bien, entre Europa y un buen número de países del “Sur del mundo”, y entre ellos el Líbano, existe hoy una fisura cultural, que también es espiritual. En el plano de la ética política o del diálogo entre civilizaciones, nosotros ya no hablamos más el mismo idioma, y tampoco del mismo hombre.

En el plano político, el presidente Michel Aoun en su discurso ha evidenciado: “En estos últimos años hemos asistido a la puesta en acto de un proyecto definido como un ‘caos constructivo en nuestra región… ¿Desde cuándo es constructivo el caos?... Algunos Estados califican como terrorismo a los actos que perjudican su seguridad y califican como revolución al terrorismo que sirve a sus intereses”.

En el plano de la civilización, el Occidente post-moderno ignora a Dios, tranquilamente, al punto de haberse vuelto “anómico” (sin norma, sin ley: la palabra es del ensayista Jean-Claude Guillebaud), inventando “mitos de reemplazo”, uno más engañador que el otro (Emmanuel Mounier), mientras que nosotras, las naciones del “Sur”, tratamos desesperadamente de conciliar la fe y la razón. El Occidente en cuestión debiera tomar nota de esto. Porque también nosotros queremos una Europa “de los pueblos” y no sólo “del comercio y de la economía”. Nosotros también queremos una Europa que tenga un alma, y no solamente… estados de ánimo. 

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